martes, 5 de abril de 2011

Ernest Shackleton. La gran aventura antártica.

“Se buscan hombres para viaje peligroso. Salario bajo, frío extremo, largos meses en la más completa oscuridad, peligro constante, y escasas posibilidades de regresar con vida. Honores y reconocimiento en caso de éxito.

Ernest Shackleton”



Aunque sea algo incomprensible, tras la publicación de este descorazonador anuncio en el prestigioso periódico The Times, en 1914, Sir Ernest Shackleton consiguió reunir una tripulación de plenas garantías para emprender una de las más apasionantes y por otro lado desconocidas aventuras que han realizado los seres humanos. Tal era el prestigio de Shackleton que más de cinco mil personas constestaron afirmativamente a ese anuncio. En la edad dorada de los grandes aventureros como Robert Falcon Scott, Roald Amundsen o Percy Fawcett. Ernest Shackleton ocuparía un lugar de privilegio entre ellos aunque su nombre quizás sea el menos conocido.



Ernest Shackleton nace el 15 de febrero de 1874, en Kilkee, Irlanda, en el seno de una humilde familia. A los diecisiete años decide que es hora de hacer realidad los viajes y aventuras que inundan sus sueños y se enrola en la tripulación de un barco mercante. Durante estos viajes de miles y miles de millas marinas, su carácter se fue curtiendo y madurando. Poco a poco fue ascendiendo en graduación y con veinticuatro años ya era capitán. En 1901 se unió a la expedición Discovery, encabezada por conocidísimo Robert Falcon Scott. Iban en busca del Polo Sur. En este viaje se llegó por primera vez al Mar de Ross en la Antártida. Una vez que la expedición llegó a tierra, Scott, Wilson y Shackleton empezaron a adentrarse en el continente en pos del Polo Sur. Utilizaron perros y trineos, pero la dureza de la travesía y la inexperiencia en los hielos antárticos dio al traste con el intento. Se quedaron a unos ochocientos cincuenta kilómetros del ansiado objetivo. En el regreso al barco, Shackleton enfermó de escorbuto y Scott le ordenó que volviera a Londres de inmediato. A regañadientes obedeció la orden de su superior.

Tras haber contraído matrimonio en el 1904, y pasados unos tres años, Shackleton decidió que quería liderar su propia expedición. Está fue conocida como la expedición Nimrod, como el nombre del buque que les llevaría a los hielos antárticos. El objetivo nuevamente era llegar al Polo Sur. Esta vez se quedaron a tan solo ciento ochenta kilómetros, pero Shackleton, Adams, Marshall y Wild se convirtieron en los primeros seres humanos de la historia en atravesar la Cordillera Transantártica y poner los pies en la Meseta Polar Sur. A su regreso fueron recibidos como verdaderos héroes para los británicos. Shackleton, para orgullo de su familia y suyo propio, fue nombrado Sir por el rey Eduardo VII.

El afán aventurero de Ernest Shackleton no estaba saciado ni mucho menos. Tenía que volver, se lo pedía el corazón. Era algo que no podía remediar. El era un aventurero, un hombre de mar, y el quedarse quieto en Londres era para él un verdadero martirio. En este momento es donde comienza su verdadera aventura. Llega la expedición Endurance (Resistencia), nombre que le vino como anillo al dedo. Sobre todo viendo los hechos que acaecieron más tarde en el lugar más frío e inhóspito de nuestra querida Tierra.

El 1 de agosto de 1914 y con una expectación sin precedentes, parte desde el puerto de Plymouth el buque HMS Endurance. La misión tendrá como objetivo atravesar la Antártida de punta a punta y continuar hasta la Isla de Ross, en el otro extremo del continente helado. En total unos dos mil novecientos kilómetros de los cuales más de la mitad nunca habían sido explorados.

Tras el largísimo viaje, los problemas comienzan cuando una vez navegando por aguas antárticas, el Endurance poco a poco va quedándose atrapado en el hielo, con unas temperaturas en el exterior realmente extremas. La tripulación hizo todo lo posible para liberar el barco, pero los enormes esfuerzos fueron en vano. El Endurance quedó definitivamente atrapado en los hielos. La presión que ejercían estos sobre el casco del buque hizo que este se quebrara y se hundiera irremisiblemente. Pudieron salvar los víveres y tres botes salvavidas. Los veintiocho miembros de la tripulación se enfrentaban a una situación realmente desesperada. Tras varios intentos con la intención de llegar a la Isla de Snow Hill, tuvieron que desistir y montar un campamento donde pasarían los siguientes meses. Los perros fueron sacrificados porque su consumo de carne de foca era excesivo. Evidentemente estos fueron incluidos en la dieta de los náufragos. Como curiosidad decir que hubo que sacrificar hasta la mascota del barco, el gatito Chippy, pobrecillo.




El 8 de abril, tras cinco meses de naufragio, el bloque de hielo donde se asentaba el campamento se fracturó. Se encontraban a la deriva. Otra fractura del bloque sería fatal para ellos. Así que Shackleton decidió utilizar los botes. Con temperaturas de -30º se hicieron a la mar en dirección a  Isla Elefante. Un enclave ballenero donde esperaban tener refugio y tener la posibilidad de pedir ayuda. El viaje duraría siete días de auténtica pesadilla. Las embarcaciones navegaban penosamente entre los bloques de hielo, el frío era realmente terrible. Los hombres estaban al borde de la extenuación física y sobre todo mental.



Isla Elefante, como era de esperar, estaba totalmente desierta. Si permanecían allí morirían de hambre y de enfermedad con el paso del tiempo. Así que Shackleton decidió que la única opción de salvar la vida era ir a buscar ayuda. Ordenó al carpintero de la tripulación que hiciera ciertas modificaciones en uno de los botes. Con una pequeña tripulación y una embarcación de menos de siete metros se lanzó a una de las travesías más duras y verdaderamente suicidas de la historia. Era una locura. El trayecto consistía en cruzar más de mil trescientos kilómetros hasta Georgia del Sur a través de las aguas más salvajes y peligrosas del planeta.

La travesía comenzó el 24 de abril de 1916. Los cinco hombres que conformaban la tripulación se enfrentaron a olas verdaderamente gigantescas. El mismo Shackleton las describió como las mayores que había visto en casi treinta años de navegación. El 5 de mayo, un temporal estuvo a punto de destruir la embarcación y con ella a toda su maltrecha tripulación. El 8 de mayo, y tras quince días de navegación, que se dice pronto, empiezan a divisar las costas de Georgia del Sur. Dos días más tarde y tras una épica lucha contra vientos verdaderamente huracanados, Shackleton y sus hombres ponen el pié en la bahía Rey Hakoon. 




Su ya de por si increíble hazaña no podía terminar allí. Tenía que rescatar a sus hombres en Isla Elefante. Ellos estaban en el sur de la isla y la estación ballenera estaba al norte de Georgia. Solo había para elegir entre dos opciones, y a cual más desalentadora. Una era rodear la isla navegando y la otra, atravesarla cruzando montañas inexploradas hasta el momento. En el estado que se encontraban sus hombres y la mar, la primera de ellas era imposible. Así que irremediablemente Shackleton optó por la segunda. Acompañado por dos de los compañeros que se encontraban en mejores condiciones físicas, se propusieron cruzar la cordillera helada que atravesaba Georgia. La ruta elegida fue realmente peligrosa. Pero aún así, casi a los dos días de pasar penurias en las montañas consiguieron llegar al poblado ballenero de Stromness. Todo ello, tras descender de forma casi suicida una cascada helada que les puso de nuevo los pies en la civilización. Para los amantes del misterio y de lo insólito decir que Shackleton, que no era religioso en absoluto, comentó que durante los casi dos interminables días que duró su travesía noto una presencia que les acompañaba. Así lo comentaba el mismo: “No tengo duda que la providencia nos ha guiado. Yo sé que durante aquella larga y terrible marcha de treinta y seis horas sobre las montañas sin nombre y glaciares, a menudo me parecía que éramos cuatro y no tres”  Sus compañeros Worsley y Crean afirmaron lo mismo sobre esa extraña presencia que les acompañó.

La mente de Shackleton estaba centrada en sus hombres. Tenían que rescatarlos con vida como fuese, era algo que le obsesionaba. Así que inmediatamente se puso manos a la obra. Y los primeros en ser rescatados fueron los tres compañeros que quedaron en el campamento de la zona sur. Estos fueron rescatados por un ballenero que rodeó la isla.

Hicieron falta cuatro intentos para poder llegar a Isla Elefante. El 22 de mayo, Shackleton consiguió reunir una tripulación de marineros voluntarios. Fueron al rescate de sus hombres, pero cuando se encontraban a algo más de cien kilómetros de Isla Elefante se alzaba una barrera de hielo absolutamente impenetrable para la embarcación. Tuvieron que regresar a puerto.

Dos intentos posteriores fracasaron por la misma causa. El hielo formaba una barrera impenetrable para casi cualquier barco. Para colmo de males, el almirantazgo británico le comunicó a Shackleton que no tendría rompehielos disponibles hasta octubre. No podían esperar tanto tiempo. A esas alturas sus hombres habrían muerto o a saber en que condiciones los encontrarían.

Shackleton se puso en contacto con el gobierno chileno. Les solicitó, o más bien les suplicó, que le  dejaran el Yelcho. Este era un pequeño pero recio barco a vapor, con él y junto al capitán Luís Pardo Villalón se lanzaron el 25 de agosto al rescate de sus hombres. El 30 de agosto, a las 11:40 de la mañana, Shackleton divisaba el campamento de Isla Elefante. Toda la tripulación del Endurance había sobrevivido. Algunos de ellos habían sufrido amputaciones de dedos y la desnutrición era generalizada. Incluso en algunos momentos llegaron a plantearse que si falleciera alguno de ellos, los demás lo utilizarían como alimento. Afortunadamente para ellos, no hubo que llegar a tal extremo porque Sir Ernest Shackleton cumplió la palabra dada a sus hombres. Les dio su palabra de que volvería por ellos y por supuesto así lo hizo. Había realizado una de las más increíbles y memorables hazañas jamás protagonizadas por seres humanos. Una completa heroicidad digna de bastante más reconocimiento del que tuvo.



Tras una pequeña gira de conferencias por América y en gran parte debido a I Guerra Mundial, el regreso de Shackleton a Inglaterra pasó casi desapercibido. La mayoría de la tripulación del Endurance se alistó inmediatamente en la Marina Real Británica. Algunos de ellos perecieron en combate y otros finalmente fueron condecorados con medallas al valor. Shackleton fue asignado como comandante al navío Murmansk hasta el final de la guerra.

Como os habréis dado cuenta lo de Shackleton era caso aparte. Este hombre estaba hecho de otra materia. Como por lo visto no había tenido suficiente, nuevamente se lanzó a la aventura y organizó una nueva expedición antártica, la Shackleton-Rowett. El 17 de septiembre de 1921 zarparon rumbo al sur. Pero lamentablemente esta vez sería su último viaje. El incansable viajero terminó sus aventuras la noche del 5 al 6 de enero de 1922 en la isla de Georgia del Sur. Shackleton sufrió un infarto al corazón de fatales consecuencias. No pudo pisar por última vez el hielo de su amada Antártida.



Sus restos fueron enviados a Inglaterra, pero su viuda pidió que Sir Ernest Shackleton descansara eternamente en Georgia del Sur, frente al mar con el que tanto luchó pero que tanto amaba. Así terminaba la historia de un hombre realmente especial. Un hombre que fue capaz de dar de sí mismo por encima del máximo para salvar a sus hombres y dar cumplimiento a su palabra dada. Todo un ejemplo a seguir.